La fiebre del Litio

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Las perspectivas económicas para América Latina no son estelares. Antes de que la covid-19 azotara, la región ya perdía inercia y organismos multilaterales y analistas advertían que los países tendrían que cambiar sus políticas para impulsar el desarrollo. El litio representa esta oportunidad. Mineral con alta conductividad eléctrica, el litio es elemental para producir las baterías que permitirán al mundo cortar la dependencia a los combustibles fósiles y migrar a energías renovables más limpias. Bolivia tiene las reservas más grandes del mundo. Junto con Argentina y Chile, el “triángulo” conforma el 63% de las reservas en el planeta. Perú y México agregan casi tres millones de toneladas más. El litio es, para los grandes capitales, la estrella más brillante en el mapa latinoamericano.

La transición energética pescó a estos países en un momento de expansión del nacionalismo. En los últimos meses, han brotado esfuerzos porque la producción esté bajo el control del Estado, una dirección que muchos ciudadanos apoyan. Muchos más se oponen en protección del medio ambiente. Al litio lo llaman “oro blanco” por su valor en el mercado y su color plateado claro. En inglés, lo llaman “white oil”, el petróleo blanco, una diferencia sutil pero muy reveladora. Para los latinoamericanos, el litio es un mineral precioso, como lo son el oro y la plata que han sido explotados en su territorio desde la época de la Colonia. Para los extranjeros, en la cultura anglosajona, el mineral es un potenciador, un recurso natural que se transformará en otra cosa, un paso en la cadena de valor.



El precio del mineral en el mercado internacional subió aproximadamente 80% en 2021, según un índice de Bloomberg. Hace solo cuatro años, un análisis, también de Bloomberg, aseguró que más de la mitad de todas las ventas de automóviles en países desarrollados en 2040 serían eléctricos. Pero un estudio más reciente de la consultora KPMG, publicado en noviembre del año pasado, recorta el pronóstico en 10 años. Es decir, ahora se espera que el 52% de las ventas de autos serán eléctricos para 2030. Más de 1.100 ejecutivos de la industria automotriz en 31 países estiman que una “transformación radical” del sector se llevará a cabo en los próximos cinco a 10 años.

El mundo se está moviendo rápidamente en esta dirección y la necesidad de producción de litio se siente muy urgente, como si la ventana de oportunidad tuviera una fecha de expiración. En Chile, han sido las inversiones privadas las que por años han extraído y producido el mineral para su exportación. El Gobierno de Sebastián Piñera, quien sale del poder el 11 de marzo, anunció el mes pasado la adjudicación de dos cuotas de producción de 80.000 toneladas de litio a dos empresas, una de capital chino y otra de capital chileno. El anuncio fue controvertido, ya que el presidente electo, Gabriel Boric, ganó la elección con un plan para crear una empresa nacional del litio e implementar una “nueva gobernanza” de los salares que contienen las reservas del mineral. Boric también prometió que todas las comunidades en Chile, sin importar su ubicación, tendrían acceso a agua, un recurso necesario para la minería. Las adjudicaciones se encuentran ahora en un limbo legal, después de que una corte de apelaciones suspendió los contratos.



Además, el modelo actual pudiera ver un revés. El 1 de febrero, Chile tomó un paso inicial hacia la nacionalización de algunas de las minas de cobre y litio más grandes del mundo, cuando el Congreso aprobó en primera instancia una propuesta para darle el control al Estado. El voto formó parte del proceso de redacción de una nueva Constitución. Actualmente, la Constitución prohíbe la nacionalización de estos recursos.

En México, en donde las reservas tienen el potencial de ser mayores a los 1,7 millones de toneladas que el Servicio Geológico de Estados Unidos contabiliza, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha propuesto algo similar. Como parte de una iniciativa de ley para reformar el sector energético, López Obrador planea nacionalizar el litio y crear una institución del Estado a cargo de su procesamiento. A diferencia de Chile, en México la producción de litio se ha limitado a un solo contrato con una empresa china, la cual, hasta la fecha, no ha extraído ni un gramo de carbonato de litio. Expertos apuntan a que el Gobierno no tiene los recursos para abrir semejante empresa del Estado. México se encuentra, por lo tanto, en otro tipo de limbo.

El Gobierno de Pedro Castillo, en Perú, busca modificar un contrato con la canadiense American Lithium Corp de manera que el mineral se exporte con un valor agregado, según informó un congresista aliado del presidente a medios de ese país. Es decir, El Estado quiere que las empresas en Perú no solo extraigan y refinen el litio para ser materia prima de exportación, sino que inviertan en fábricas para transformarlo en un producto con mayor valor de mercado, generando más empleos, mejor pagados.

Argentina es, hasta cierto punto, la excepción. Ahí, los derechos de exploración los tienen las provincias y la Administración del presidente Alberto Fernández ha buscado promover las reservas del país a nivel mundial. Fernández se propuso en 2020 aumentar la producción anual de carbonato de litio en 700% hasta alcanzar 230.000 toneladas para finales de este año. Esto requerirá una inversión de más de 1.000 millones de dólares por parte de empresas privadas. Durante una visita de Fernández a China la semana pasada, funcionarios de su Gobierno dijeron a medios en el país que Argentina negocia con el país asiático una nueva inversión, incluyendo planes para montar una fábrica de baterías.


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https://elpais.com/internacional/2022-02-08/la-fiebre-del-litio-despierta-los-nacionalismos-en-america-latina.html